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Un escarabajo gigante |
Que la
luz atrae a la mayoría de los insectos es algo sabido por todos; que en el Amazonas los
insectos son muchos y muy grandes también. Bien, pues si unimos estos dos
factores, el resultado podría ser algo titulado como "Mi linterna, yo y otros bichos del montón".
La primera noche que salimos de
excursión por la selva llevaba yo mi frontal comprado en una tienda de chinos, que no iluminaba nada de nada, pero aún así todo tipo de
insectos empezaron a estrellarse contra él. Ante la
aparente probabilidad de que mi cara pasara a ser causa de tropiezo y
desconcierto de todos los insectos del Amazonas, decidí quitarme el frontal y
llevarlo en la mano. Esto solo trasladó el problema de sitio, y en una de esas
un enorme IVNI (insecto volador no identificado), como ya os conté, se introdujo
por la manga de mi impermeable, subió hasta mi cuello y allí se metió
directamente dentro de mi camiseta, tras lo cual se puso a revolotear por todo
mi cuerpo. Nunca me había visto en una parecida, pero dispuesta a no
dejarme llevar por la imaginación sobre lo que me recorría la espalda ni tampoco
por el pánico, me retorcí cual contorsionista hasta aplastar al insecto contra
mi brazo, pobrecito. El resto de bichos siguió revoloteando a mi alrededor, pero
ninguno volvió a meterse dentro de mi ropa. Sí se me subieron varias cucarachas
por las piernas, pero en ese momento yo estaba demasiado entretenida observando
cómo una enorme araña se comía a una compatriota suya.
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Araña comiéndose a una cucaracha |
Y eso que
las cucarachas y yo nunca nos hemos llevado demasiado bien. Es el único bicho
que me daba asco antes de ir a la selva. Y digo antes, porque ahora me río de
las que me encuentro en los baños de los bares, aquí en Madrid. Son tan
canijas, las pobres. Y ni siquiera saben volar.
Las del
Amazonas, ¡esas sí son cucarachas como dios manda! En una de estas conversaciones informales que teníamos de cuando en cuando,
nos contaron que a un chaval de un curso anterior se le metió en el oído una que
iba volando a toda velocidad y se le incrustó con tal fuerza y era tan grande
que tuvieron que sacársela con pinzas. A partir de esa bonita anécdota, la
capucha pasó a ser un elemento imprescindible en mi vestuario. Lo que me lleva
a la lección número cuatro de supervivencia en la selva: cúbrete todo lo que
puedas para evitar picaduras y situaciones desagradables con los insectos.
Aunque te mueras de calor. Lo agradecerás, te lo aseguro. Y, repito, llévate una mosquitera.
No solo porque evite que te piquen los mosquitos cuando
duermes, cosa obvia, sino porque también impide que amanezcas con una cucaracha
sobre la cara, como le pasó a un compañero.

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La hormiga bala o isula |
La que no es muy grande, apenas del tamaño de una uña, es la
hormiga Isula,
también conocida como hormiga bala. Pero su picadura (no mordedura, sino
picadura, con un agijón que tiene en la parte posterior de su cuerpo) es muy
dolorosa, hasta 30 veces más que la de una avispa. Provoca fiebres
altísimas, por eso es importante distinguirla de las demás y tener cuidado con ella. Es totalmente negra
y su "culo" es alargado. Existen
rituales entre algunas tribus indígenas que consisten en llenarse la mano de isulas y aguantar sus picaduras durante 10 minutos. Es un rito que marca el paso entre la niñez y la edad adulta.
Otro de los insectos que pudimos observar fue una mantis religiosa de considerable tamaño. Estábamos cenando en el comedor y allí estaba ella, en una viga de madera, realizando una danza muy curiosa. Se balanceaba de un lado a otro para cazar mosquitos, con las patas delanteras juntas, lo que le daba la apariencia de una beata rezando. Por eso en algunas regiones se le llama también "santateresa". Este curioso insecto no es
venenoso, aunque creo que a los machos, como es bien sabido, no les gusta
demasiado el carácter que tienen sus hembras, sobre todo después de hacer el
amor. Así que, chicos, no os quejéis… Ya veis que podría ser peor.
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