lunes, 10 de marzo de 2014

Mi linterna, yo y otros bichos del montón



Un escarabajo gigante
Que la luz atrae a la mayoría de los insectos es algo sabido por todos; que en el Amazonas los insectos son muchos y muy grandes también. Bien, pues si unimos estos dos factores, el resultado podría ser algo titulado como "Mi linterna, yo y otros bichos del montón". 
La primera noche que salimos de excursión por la selva llevaba yo mi frontal comprado en una tienda de chinos, que no iluminaba nada de nada, pero aún así todo tipo de insectos empezaron a estrellarse contra él. Ante la aparente probabilidad de que mi cara pasara a ser causa de tropiezo y desconcierto de todos los insectos del Amazonas, decidí quitarme el frontal y llevarlo en la mano. Esto solo trasladó el problema de sitio, y en una de esas un enorme IVNI (insecto volador no identificado), como ya os conté, se introdujo por la manga de mi impermeable, subió hasta mi cuello y allí se metió directamente dentro de mi camiseta, tras lo cual se puso a revolotear por todo mi cuerpo. Nunca me había visto en una parecida, pero dispuesta a no dejarme llevar por la imaginación sobre lo que me recorría la espalda ni tampoco por el pánico, me retorcí cual contorsionista hasta aplastar al insecto contra mi brazo, pobrecito. El resto de bichos siguió revoloteando a mi alrededor, pero ninguno volvió a meterse dentro de mi ropa. Sí se me subieron varias cucarachas por las piernas, pero en ese momento yo estaba demasiado entretenida observando cómo una enorme araña se comía a una compatriota suya.
Araña comiéndose a una cucaracha
Y eso que las cucarachas y yo nunca nos hemos llevado demasiado bien. Es el único bicho que me daba asco antes de ir a la selva. Y digo antes, porque ahora me río de las que me encuentro en los baños de los bares, aquí en Madrid. Son tan canijas, las pobres. Y ni siquiera saben volar.
Las del Amazonas, ¡esas sí son cucarachas como dios manda! En una de estas conversaciones informales que teníamos de cuando en cuando, nos contaron que a un chaval de un curso anterior se le metió en el oído una que iba volando a toda velocidad y se le incrustó con tal fuerza y era tan grande que tuvieron que sacársela con pinzas. A partir de esa bonita anécdota, la capucha pasó a ser un elemento imprescindible en mi vestuario. Lo que me lleva a la lección número cuatro de supervivencia en la selva: cúbrete todo lo que puedas para evitar picaduras y situaciones desagradables con los insectos. Aunque te mueras de calor. Lo agradecerás, te lo aseguro. Y, repito, llévate una mosquitera. No solo porque evite que te piquen los mosquitos cuando duermes, cosa obvia, sino porque también impide que amanezcas con una cucaracha sobre la cara, como le pasó a un compañero.
Tengo que confesar que varias veces me sentí en el Amazonas como si estuviera en el País de los Gigantes de Gulliver. Estoy acostumbrada a que los insectos sean pequeños, es lo que tiene vivir en Madrid. Así que cuando me tropecé con el padre de todos los grillos (en aquel momento me pareció un grillo, luego he sabido que se trataba de un weta), más largo que mi mano y de cuatro dedos de altura, no pude menos que sorprenderme y esperar que no le diera por saltar de la hoja en la que estaba posado. Entonces yo no lo sabía, pero los machos son agresivos y pueden atacar con sus patas, recubiertas de espinas. También nos encontramos con el padre de todos los escarabajos y, en general, con los padres y madres de todos los insectos conocidos y desconocidos. 

La hormiga bala o isula
La que no es muy grande, apenas del tamaño de una uña, es la hormiga Isula, también conocida como hormiga bala. Pero su picadura (no mordedura, sino picadura, con un agijón que tiene en la parte posterior de su cuerpo) es muy dolorosa, hasta 30 veces más que la de una avispa. Provoca fiebres altísimas, por eso es importante distinguirla de las demás y tener cuidado con ella. Es totalmente negra y su "culo" es alargado. Existen rituales entre algunas tribus indígenas que consisten en llenarse la mano de isulas y aguantar sus picaduras durante 10 minutos. Es un rito que marca el paso entre la niñez y la edad adulta.


Otro de los insectos que pudimos observar fue una mantis religiosa de considerable tamaño. Estábamos cenando en el comedor y allí estaba ella, en una viga de madera, realizando una danza muy curiosa. Se balanceaba de un lado a otro para cazar mosquitos, con las patas delanteras juntas, lo que le daba la apariencia de una beata rezando. Por eso en algunas regiones se le llama también "santateresa". Este curioso insecto no es venenoso, aunque creo que a los machos, como es bien sabido, no les gusta demasiado el carácter que tienen sus hembras, sobre todo después de hacer el amor. Así que, chicos, no os quejéis… Ya veis que podría ser peor. 

 

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